domingo, 5 de noviembre de 2006

II Foro Juventud y Ciudad


A propósito del II Foro Juventud y Ciudad
Jóvenes constructores de nuevas realidades
Por Daniel Rincón//EZ - Itagüí

Si lo que hicimos en Itagüí el pasado jueves 21 de septiembre, lo hubiéramos hecho a finales del siglo XIX en plena Regeneración, talvez no estaríamos contando el cuento. Lo más probable es que cayéramos en el mismo costal de los herejes de entonces, y apresados por un delito que bien podría llamarse sacrilegio al escudo nacional.


Por una Kolonvya distinta
“La bandera nacional es por excelencia el símbolo de la Patria, y los
maestros deben acostumbrar a los niños a saludarla,
descubriéndose ante ella como una cosa venerable y sagrada”
Art. 59 de 1904

¿Cómo perciben, sienten, sufren e interpretan la Colombia de hoy los jóvenes? ¿Cómo se enfrentan los sujetos jóvenes a las transformaciones políticas, culturales, económicas y simbólicas de la Colombia contemporánea? ¿Cuáles son sus referentes de país, de nación, de patria? ¿Qué dialogo hacen los jóvenes con nuestros símbolos patrios? Algunos de estas preguntas orientaron el trabajo que desarrollamos en el II Foro Juventud y Ciudad.

Utilizando el escudo nacional como instrumento, tratamos de narrar una Colombia a la luz de los jóvenes, una Colombia vista con otros ojos. Los resultados, como esperábamos, retrataron otra Colombia: un país distinto al construido por nuestros políticos y dirigentes con sus cinco millones de personas que se acuestan sin probar bocado; una Colombia que se aleja de la narrada en el escudo nacional con sus eufemismos de orden y libertad.

Del escudo desaparecieron los cuernos de oro, el gorro frigio, el istmo de Panamá (que hace mucho dejó de ser colombiano), el cóndor, como también, su forma suiza. Los cambios talvez no dejarían muy satisfechos a muchos: la forma suiza fue transformada por algunos en una olla de sancocho, y por otros en un corazón roto; la libertad tan consagrada en nuestro escudo nacional fue puesta entre interrogantes por los jóvenes con la presencia de la bandera estadounidense, recordándonos que aun nos falta una segunda independencia; en vez de gorro frigio, aparece un sombrero, una ruana y un tupido bozo que le dan forma aun típico campesino colombiano.

Algunas elaboraciones fueron más fuertes en sus críticas: “La Colombia de hoy se nos parece a una olla de sancocho, con un gran cucharón vestido con la bandera de Estados Unidos, país que no está sacando el caldo”, nos explicó un grupo. Para otros la Colombia de hoy es un corazón partido, queriendo así representar las paradojas del país. A uno de sus lados tiene el orden, y con él las armas, y al otro, como una antitesis, la paloma de la paz que se vincula a la libertad.

Por otras narrativas de lo nacional
La escuela de hoy añora niños, niñas y jóvenes que aman la patria, que respetan la bandera, que entonan con ahínco el himno nacional. Empecemos diciendo que hoy en día, esos son cuadros poco comunes, que día a día se difuminan como también se difumina la idea de lo nacional. Muy representativa es la imagen propuesta por la pedagogía de la desobediencia para entender esta tensión: el escudo nacional fisurado por todo su centro en dos pedazos: a un lado, el orden con las generaciones adultas, al otro, la libertad con las nuevas generaciones.

Estas tensiones nos están sugiriendo que hoy las preguntas por la identidad nacional y las memorias colectivas, necesariamente tienen que cambiar. El espíritu patriotero con que la escuela asumió este propósito a inicios del siglo XX tiene que replantear su papel pues hoy los estudiantes no son los mimos, como tampoco es el mismo nuestro país. Hoy tenemos nuevos desafíos, que implican paralelamente nuevas apuestas epistémicas en busca del reconocimiento del sentido de culturas que históricamente el racionalismo moderno califico como incultas o iletradas

Basta con atender a las palabras de Jesús Martin-Barbero para encontramos que fuera de esa nación representada quedaron los indígenas, los negros, las mujeres, todos aquellos cuya diferencia dificultaba y erosionaba la construcción de un sujeto nacional homogéneo. El olvido que excluye y la representación que mutila están en el origen mismo de las narraciones que fundaron estas naciones. Las culturas indígenas del Ecuador lo han demostrado con su trabajo en torno a la interculturalidad y la revisión de la episteme occidental del conocimiento, denunciando que la historia del conocimiento está marcada geohistóricamente, geopolíticamente y geoculturalmente, y tiene valor, color y lugar de origen.

Finalmente: y los jóvenes qué? ¿qué país tienen por narrar los jóvenes que bajo la visión de algunos adultos “han perdido los valores”? ¿cómo pueden las nuevas generaciones alimentar otra gramática nacional? Me parece acertada la tesis de Manuel Roberto Escobar, investigador en juventud, quien nos dice que son los jóvenes los que nos recuerdan que nuestra sociedad adicta a la racionalidad no nos hizo a todos más felices y nos devuelven a nuestros cuerpos y sus sensaciones, a la mismidad de nuestras emociones y a la singularidad de nuestras vivencias, como sentidos importantes para nuestra experiencia vital. Talvez ahí exista una pista, para encontrar otro lenguaje, que permita narrar a la nación y a nuestra sociedad de un modo más plural y diverso, que permita narrar otra Kolonvya.

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